Buy the Ticket, Take the Ride VII: Serie Gonzo
Tomás
Tomás
7. Robert Juan-Cantavella
Robert Juan-Cantavella (Almassora, 1976), antiguo jefe de redacción de la revista Lateral, es el último escritor que ha invocado la figura de HST y el periodismo gonzo a la hora de lanzar su libro El dorado. Autor de las novelas Otro y Proust Fiction, Juan-Cantavella, mediante su alter ego Trevor Escargot (siguiendo los pasos de Raoul Duke), recibe el encargo de realizar un reportaje sobre Marina D’Or, la mayor ciudad de vacaciones y ocio de Europa, ahora símbolo del ocaso del ladrillazo. Así, Escargot retoza en el paradigma urbanístico de la sinrazón y el exceso, un faraónico modelo de gran impacto medioambiental, un espejismo y sueño caduco, similar a Las Vegas de HST, donde nada parece ser lo anunciando, excepto la cuenta. Sin embargo, Escargot no se encierra en la artificialidad de Marina d’Or, sino que su cinismo alcanza hasta la visita del Papa Benedicto XVI a Valencia.
El autor, según sus propias palabras, se muestra “muy interesado en la frontera entre géneros y en actualizar el nuevo periodismo norteamericano de los años 70”. Además de pasar unas vacaciones en Marina D’Or, Juan-Cantavella presume de un riguroso trabajo de documentación, aunque reconoce un trabajo de “malversación de los hechos”, tamizados por pasajes alucinógenos. Juego entre realidad y ficción, Juan-Cantavella conjuga la crítica feroz, el embelesamiento biográfico, el costumbrismo, el surrealismo y el metaperiodismo, con grandes dosis de verborrea chalada, lejos de las entrelíneas sugerentes de HST y conjugando su propio itinerario de fobias. El autor es sincero cuando aclaró en una entrevista que su interés fundamental era estético, más allá de provocar una reflexión en su particular Miedo y asco en Marina D’Or. Producto inusual en el periodismo literario español, rayando lo kitsch que no a Kisch, el lector es cómplice de todos los movimientos de Trevor Escargot, su ingesta de pastillas, sus alucinaciones, la puesta en marcha de su grabadora, etc. El autor se permite incluso el diálogo consigo mismo, Juan-Cantavella, y cargar de nuevo contra la SGAE (recordar que el autor ha sido denunciando por la misma organización mafiosa después de un artículo en Quimera, donde acusaba a dicha sociedad de ejercer la piratería).
¿Y cómo nos vende el autor el producto más allá de sus virtudes? Pues con una nueva etiqueta con la que llamar la atención, un nuevo eslogan para un producto ya conocido. A pesar de que se declara admirador del periodismo gonzo, Juan-Cantavella nos habla en un manifiesto, colgado en web, de aportaje, suerte de reportaje donde “cada personaje es absolutamente real y todo parecido con la ficción de los hechos, una casualidad maravillosa”. Y en lugar de periodismo gonzo nos habla de Punk Journalism, “una forma bastarda del periodismo Gonzo”. En su ensayo Juan-Cantavella escribe:
Robert Juan-Cantavella (Almassora, 1976), antiguo jefe de redacción de la revista Lateral, es el último escritor que ha invocado la figura de HST y el periodismo gonzo a la hora de lanzar su libro El dorado. Autor de las novelas Otro y Proust Fiction, Juan-Cantavella, mediante su alter ego Trevor Escargot (siguiendo los pasos de Raoul Duke), recibe el encargo de realizar un reportaje sobre Marina D’Or, la mayor ciudad de vacaciones y ocio de Europa, ahora símbolo del ocaso del ladrillazo. Así, Escargot retoza en el paradigma urbanístico de la sinrazón y el exceso, un faraónico modelo de gran impacto medioambiental, un espejismo y sueño caduco, similar a Las Vegas de HST, donde nada parece ser lo anunciando, excepto la cuenta. Sin embargo, Escargot no se encierra en la artificialidad de Marina d’Or, sino que su cinismo alcanza hasta la visita del Papa Benedicto XVI a Valencia.
El autor, según sus propias palabras, se muestra “muy interesado en la frontera entre géneros y en actualizar el nuevo periodismo norteamericano de los años 70”. Además de pasar unas vacaciones en Marina D’Or, Juan-Cantavella presume de un riguroso trabajo de documentación, aunque reconoce un trabajo de “malversación de los hechos”, tamizados por pasajes alucinógenos. Juego entre realidad y ficción, Juan-Cantavella conjuga la crítica feroz, el embelesamiento biográfico, el costumbrismo, el surrealismo y el metaperiodismo, con grandes dosis de verborrea chalada, lejos de las entrelíneas sugerentes de HST y conjugando su propio itinerario de fobias. El autor es sincero cuando aclaró en una entrevista que su interés fundamental era estético, más allá de provocar una reflexión en su particular Miedo y asco en Marina D’Or. Producto inusual en el periodismo literario español, rayando lo kitsch que no a Kisch, el lector es cómplice de todos los movimientos de Trevor Escargot, su ingesta de pastillas, sus alucinaciones, la puesta en marcha de su grabadora, etc. El autor se permite incluso el diálogo consigo mismo, Juan-Cantavella, y cargar de nuevo contra la SGAE (recordar que el autor ha sido denunciando por la misma organización mafiosa después de un artículo en Quimera, donde acusaba a dicha sociedad de ejercer la piratería).
¿Y cómo nos vende el autor el producto más allá de sus virtudes? Pues con una nueva etiqueta con la que llamar la atención, un nuevo eslogan para un producto ya conocido. A pesar de que se declara admirador del periodismo gonzo, Juan-Cantavella nos habla en un manifiesto, colgado en web, de aportaje, suerte de reportaje donde “cada personaje es absolutamente real y todo parecido con la ficción de los hechos, una casualidad maravillosa”. Y en lugar de periodismo gonzo nos habla de Punk Journalism, “una forma bastarda del periodismo Gonzo”. En su ensayo Juan-Cantavella escribe:
En el aportaje no existe el pacto de veracidad que rige los designios del reportaje periodístico. Establecido entre el periodista y el lector, semejante horterada compromete al primero con la veracidad de la información ofrecida al segundo, de tal forma que si se respeta la etiqueta y el periodista actúa con recato y diligencia, antes siquiera de leer el texto el lector ya sabrá que lo que se le va a contar es cierto. […] De modo que cuando el lector se enfrenta a un texto de estas características confía en que cuanto le van a contar es la realidad y no una ficción.
En el aportaje, en cambio, este pacto no existe. El lector se enfrenta al aportaje sin tener la seguridad de que todo lo que va a leer es cierto. Esto no quiere decir que todo lo que vaya a leer sea mentira. De hecho, en un sentido profundo significa lo contrario. Lo que cambia es la actitud, y la actitud del lector que se enfrenta a un aportaje no está basada en la confianza, como sucede con el reportaje, sino en la sospecha. Al lector de un aportaje no le está dado saber de antemano si lo que van a contarle sucedió en realidad.
El periodismo gonzo, si se piensa en ello, no avanzará mucho más allá mediante castillos retóricos de arena, sino que debería focalizarse en continuar por la senda periodística de Wallraff y afilar más la mordedura, como ya hace en algunos pasajes Juan-Cantavella. No obstante, uno tiene la sensación con su última obra de que le intentan dar gato por liebre, a pesar de la honradez de su autor. En primer lugar, los pactos de veracidad entre el periodismo y el lector jamás han tenido menos validez que en la actualidad, a pesar del envoltorio oficialista. Precisamente ese fue uno de los puentes dinamitados por El Nuevo Periodismo, y su alergia al dogma de la virtual objetividad. No parece honesto levantar muros ya derribados para volverlos a dinamitar, con el objetivo de ponerse viejas medallas y atraer algunos críticos perezosos.
Más interesante resulta quizás el juego de desconfianza que plantea Juan-Cantavella, donde el lector duda de todo y finaliza su lectura sin la más mínima certeza. Sin embargo, esta confusión (sucedió o no sucedió / estuvo allí o no estuvo allí), o mejor dicho susceptibilidad, siempre ha ido a lomos del periodismo gonzo, acusado de potenciar construcciones de la realidad al gusto del reportero, al igual que es intrínseca a todo el periodismo. De ahí que bajo las premisas de Juan-Cantavella la venta del concepto devore cualquier propósito periodístico, aunque me temo que el inteligente autor no tiene tales pretensiones trasnochadas de servicio. De hecho, ya hablamos quizás más de novela gonzo que no de periodismo gonzo, y no precisamente por su formato de publicación.
Juan-Cantavella insiste en marcar distancias y también habla de Old Journalism al considerar que El Nuevo Periodismo está desfasado, cuando El Nuevo Periodismo alcanzó cotas de modernidad antaño todavía no superadas y referentes no suplantados. Es una tradición quebrada. En lo que a periodismo gonzo se refiere, Juan-Cantavella lo sustituye por el Punk Journalism, forma bastarda del periodismo gonzo: “...en el caso del Punk Journalism no sólo se importan las elegantes trampas de la narración realista sino también otras menos respetables que tienen que ver con la pura fabulación, la parodia maliciosa, la mentira sincera, la especulación kamikaze, el despropósito gratuito, la irresponsabilidad inmediata, etc... o lo que viene a ser lo mismo, el Punk Journalism también trafica con mentiras porque sabe que lo que está diciendo es verdad”. Si se ha leído a HST, sobretodo el post-Hell’s Angels, uno encuentra precisamente todo tipo de trampas poco respetables (pura fabulación, la parodia maliciosa, la mentira sincera, la especulación kamikaze, el despropósito gratuito, la irresponsabilidad inmediata), de forma que no hay justificación para una nueva etiqueta. En suma, es una etiqueta ficticia que genera confusión y algo de notoriedad, en complicidad con el interés editorial, lo que no quiere decir que la novela no tenga pasajes con contenido crítico, gamberros y entretenidos, aunque para diversión la del propio autor en sus carnes.